En la educación infantil, los castigos y premios son como el teléfono sin batería: parecen útiles, pero no cumplen su función. A menudo, se piensa que estas herramientas tradicionales son la clave para modificar comportamientos, pero quienes defienden una crianza más respetuosa afirman todo lo contrario. De acuerdo con experiencias personales, crecer sin castigos no solo es posible, sino beneficioso. El protagonista de esta noción es el respeto, no el miedo. Para aquellos que aún abogan por la corrección disciplinaria, quizá sea el momento de replantearse si el respeto no sería una estrategia más efectiva.
El enfoque tradicional de aplicar una consecuencia inmediata a cada acción incorrecta en realidad no siempre nos lleva al destino correcto. A menudo, las malas acciones pueden perjudicar a otros más que al propio infractor. Esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿no sería mejor enseñar a nuestros hijos a actuar de acuerdo con principios éticos sólidos, en lugar de temer al castigo o anhelar la recompensa? La educación debe centrarse en cultivar un sentido innato del bien y el mal, y no en actuar como un episodio de ‘Policías en Acción’.
Ahora, hay un pequeño giro. Las ‘consecuencias naturales’ a veces son inevitables. Sin embargo, deben ser manejadas con cuidado. Quizás en algunas circunstancias, como cuando un pequeño no quiere abrigo y luego siente frío, se aprende una lección. Pero, cuidado, papás y mamás, esto no puede convertirse en una excusa para dejar que los niños enfrenten peligros innecesarios. La seguridad y el bienestar siempre tienen la prioridad. Es una línea delgada, pero con supervisión adecuada, puede convertirse en una valiosa herramienta educativa.
Al final del día, lo que realmente importa es demostrar amor y apoyo incondicional a nuestros hijos. No necesitamos la zanahoria ni el palo para guiar a nuestros pequeños genios. Lo que necesitan es saber que estamos ahí para ellos, enseñando con ejemplos y palabras, no con miedo o falsas recompensas.
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