Así generamos y afinamos un haz de partículas partiendo de metales comunes, desde su ionización hasta su aceleración y control en sala de mando. Lo contamos claro y con ejemplos muy prácticos.
El viaje empieza en la fuente de iones. Calentamos y vaporizamos una muestra metálica, por ejemplo titanio, con un electrodo que forma un plasma brillante. De ese caldo cargado extraemos iones positivos con campos eléctricos y los guiamos con imanes para separar estados de carga antes de seguir.
No usamos un único material. Probamos plata y aleaciones de oro y cromo porque su física ayuda a encender plasmas estables y eficientes. Cada metal ofrece corrientes distintas y un nivel de pureza que conviene a ciertos experimentos.
Toca acelerar. Aplicamos tensiones muy altas y radiofrecuencia en etapas sucesivas hasta que los iones rozan la velocidad de la luz dentro del tubo de aceleración. El modo de pulsos permite encadenar ensayos casi en paralelo, alternando metales en distintos momentos sin parar la instalación.
La calidad del rayo es clave. Si apretamos demasiado la densidad, las partículas se repelen por la fuerza eléctrica y el conjunto se desparrama. Ajustamos corriente, enfoque y colimación para equilibrar intensidad y estabilidad. Con una pantalla metálica fluorescente vemos la sección transversal, como una mancha luminosa, y retocamos la forma con lentes magnéticas.
Todo se coordina desde un centro de control con pantallas y gráficos en tiempo real. Monitorizamos voltajes, trayectoria, pulsos y forma del rayo. Hacen falta manos expertas, listas de verificación y calibraciones periódicas para mantener el rendimiento de la instalación en su punto.
Juego, luego aprendo: con una linterna, cartulinas con agujeros y un imán de nevera, intentamos mantener el punto de luz centrado moviendo el imán. Sumamos intentos y mejoramos la marca en equipo.
Si te gusta aprender jugando, ven a visitar JeiJoLand.