La historia del Caribe no cabe en una postal. La idea de primer contacto oculta siglos de encuentros, tensiones y resistencias entre pueblos nativos y europeos.
Antes de la llegada de Colón, ya vivían millones en estas tierras. En La Española, hoy República Dominicana y Haití, las comunidades taínas sumaban más de tres millones y tejían redes agrícolas, artísticas y espirituales. Además, los vikingos habían alcanzado Groenlandia siglos antes, y los intercambios entre América y Europa continuaron hasta bien entrado el siglo diecinueve.
Colón, respaldado por los Reyes Católicos, buscaba nuevas rutas hacia Asia y en mil cuatrocientos noventa y dos llegó a las Bahamas, donde esclavizó a los lucayanos. Poco después, una bula papal de mil cuatrocientos noventa y tres sostuvo la llamada doctrina del descubrimiento, que dio cobertura legal a la apropiación de territorios no cristianos y abrió la puerta a la colonización masiva.
Las consecuencias fueron devastadoras. Enfermedades traídas desde Europa, trabajos forzados y violencia redujeron poblaciones en hasta noventa por ciento en muchas regiones. Hubo casos de exterminio deliberado, como en California durante la fiebre del oro de mil ochocientos cuarenta y ocho. Aun así, no todo fue guerra abierta: algunas naciones indígenas trazaron alianzas tácticas con europeos, como los algonquinos con los franceses, para defender intereses propios.
Aunque las autoridades coloniales los dieron por extinguidos en un siglo, la identidad taína no desapareció. Sobrevive en palabras, gastronomía, música, arte y en la memoria familiar. Estudios recientes han mostrado ascendencia indígena significativa en poblaciones caribeñas, lo que desmiente el mito de la desaparición total y confirma una continuidad cultural que se adapta y resiste.
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