Lo que comemos cambia cómo nos movemos, pensamos y sentimos en la esterilla. Si afinamos la escucha entre alimentacion y yoga, la energía se equilibra y la práctica fluye.
Antes y después de cada comida, observamos cómo queda el cuerpo. Ligereza o pesadez. Claridad o niebla mental. Las comidas copiosas suelen robar chispa, reducen la concentración y hacen más cuesta arriba la sesión.
En épocas festivas como Semana Santa solemos romper rutinas. Picoteamos frente a pantallas, comemos rápido y casi sin saborear. El resultado habitual es pesadez, cansancio y poca motivación. Recuperar la atención al acto de comer es la forma más directa de volver a sentirnos con energía.
En yoga se habla de tres cualidades de la energía de los alimentos. Satva, que aporta calma y equilibrio, abunda en frutas, verduras, cereales integrales, legumbres y alimentos frescos y poco procesados. Rajas estimula y motiva, típico de lo muy picante, azucarado y del exceso de café. Tamas pesa y adormece, frecuente en ultraprocesados, frituras pesadas, sobras recalentadas y cantidades excesivas. No buscamos perfección, buscamos balance.
¿Cómo lo llevamos al plato de forma sencilla? Priorizamos alimentos frescos y de temporada, combinamos verdura con una fuente de proteína y grasas saludables, sazonamos con especias suaves como jengibre o cúrcuma, y reducimos azúcares libres. Nos hidratamos a sorbitos durante el día y escuchamos si el cuerpo pide algo templado o algo crujiente. La clave es flexibilidad consciente.
También cuenta la cantidad y el momento. Dejar un poco de espacio en el estómago facilita que la energía vital o prana circule. Masticamos despacio hasta notar el sabor real y paramos en una saciedad amable. Si vamos a practicar intenso, mejor esperar al menos dos horas tras una comida abundante. Para una sesión suave, algo ligero como fruta con yogur o un puñado pequeño de frutos secos puede funcionar.
Comer con atención significa sentarnos sin pantallas, respirar hondo y mirar colores, aromas y texturas. Agradecemos el alimento antes del primer bocado. Si tragamos con prisa, el cuerpo protesta y la esterilla lo nota. Si saboreamos, el cuerpo coopera y la mente se calma.
Nada de culpas. En fiestas podemos elegir lo que nos apetece y luego compensar con un plato más vegetal, una caminata o una cena más temprana. El equilibrio se construye comida a comida, con cariño y curiosidad.
Propuesta de juego breve: durante una semana usamos el semáforo del plato. Verde si la comida se siente ligera y fresca, ámbar si estimula un poco, rojo si pesa. Sumamos puntos diarios y celebramos con un plan relajante.
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