Celebramos una relación antigua que une cultura, naturaleza y memoria. La conexión indígena con la tierra sostiene nuestra identidad y orienta cómo cuidamos agua, aire, flora y fauna.
Para muchos pueblos originarios, la tierra es un regalo compartido, no una mercancía. No hay botón de compra en el bosque, solo responsabilidad que se acompaña de gratitud. Naciones como Yuki y Cherokee han habitado territorios durante milenios o mantienen el vínculo aunque fueran reubicadas. Lo vemos en ceremonias del salmón entre comunidades Coast Salish y en el arte de tejer cestas en California, donde cada fibra cuenta una historia del entorno.
Las lenguas originarias nacen de los paisajes. Guardan nombres de vientos, suelos, ríos y estaciones, y describen relaciones entre seres vivos como si estuviésemos en una gran familia. Cuando protegemos esos idiomas, también protegemos saberes ecológicos que orientan pesca, recolección y agricultura respetuosa.
Con la colonización europea llegaron enfermedades, especies invasoras y fronteras que despojaron a muchas comunidades de sus territorios. Al romper prácticas tradicionales, se alteraron ríos, bosques y costas, y se debilitó una red de cuidados que mantenía el equilibrio. Comprender ese daño nos ayuda a no repetirlo.
Hoy vemos iniciativas para recuperar la custodia de territorios ancestrales y reconocer la soberanía indígena. Se impulsan acuerdos de cogobernanza, restauración de riberas, retorno de quemas culturales y manejo de especies clave como el salmón. También se fortalecen escuelas comunitarias, talleres de tejido y programas de transmisión intergeneracional, para que el amor por la tierra siga vivo.
Juego rápido y útil: durante una semana, dibujamos un mapa de nuestro barrio, localizamos agua, árboles y aves, y cada día hacemos una microacción de cuidado, como recoger basura o regar una planta común. Sumamos un punto por acción y compartimos aprendizajes en familia.
Si queremos seguir aprendiendo con ideas sencillas y divertidas, visitemos JeiJoLand.