La virginidad es una construcción social más que una realidad médica y sus raíces históricas la vinculan con la propiedad y las estructuras patriarcales, pero no existen pruebas físicas que demuestren la virginidad.
Durante mucho tiempo, el mito del himen y las experiencias de dolor o sangrado se utilizaron como indicadores de virginidad, pero estos conceptos carecen de fundamento. Los guiones sexuales perpetuados por la sociedad dictan comportamientos en función al género y pueden ser especialmente restrictivos, afectando la salud sexual y la comunicación en culturas que exaltan la pureza.
Es curioso cómo a lo largo de la historia estos guiones han limitado tanto a hombres como a mujeres, presentando diferencias que, en realidad, son menores. Los estereotipos de género juegan un papel importante en la perpetuación de malentendidos y barreras.
Nosotros, como una sociedad informada, debemos cuestionar y desafiar estas narrativas. A través de la reescritura de nuestros propios guiones, podemos decidir qué partes de esta historia nos resultan útiles y cuáles deseamos dejar atrás. La virginidad, más que un absoluto físico, es un constructo cultural que cada individuo puede interpretar a su manera.
Propongámonos un juego: si pudiéramos diseñar un nuevo manual sobre la virginidad, ¿qué incluiríamos? ¿Qué palabras o mitos eliminaríamos para facilitar una comprensión más sana y libre?
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