La prueba de hipótesis es un método valioso que implica establecer una hipótesis nula y otra alternativa para decidir entre ellas usando estadística. Por ejemplo, al medir la altura promedio de niños de cuatro años, partimos de la hipótesis nula de que dicha altura promedio es mayor a treinta y seis pulgadas. Si la media muestral sugiere lo contrario, podríamos rechazar la hipótesis nula a favor de la alternativa. Toda esta magia matemática se basa en calcular estadísticas, como la media, y cotejarlas con la distribución normal. ¡Un poco de magia numérica nunca viene mal!
Pero ¿qué pasa cuando no tenemos montones de datos? En un proyecto de investigación sobre la propagación de enfermedades, se enfrentaron a este desafío y optaron por un enfoque un pelín diferente: un test de permutación. Aquí se juega un poco distinto. En vez de ver tablas llenas de números, tomamos configuraciones de individuos infectados en una red y analizamos si estas son más probables que fantásticas configuraciones aleatorias.
Esta técnica de permutación viene inspirada de un intrigante experimento de Fisher. ¿Qué probabilidad hay de que una persona acierte el orden en que se añade la leche al té? Sí, parece curioso, pero es la precuela de cómo usar permutaciones para simular más datos de forma divertida y aleatoria.
El quid de todo esto está en cómo definimos nuestra estadística de prueba. En este caso específico, nos centramos en contar las conexiones entre nodos infectados. Así podemos determinar si hay suficiente evidencia para aceptar la hipótesis alternativa. Este enfoque audaz permite analizar de manera significativa incluso cuando contamos con pocos datos.
Y como nos gusta aprender jugando, ¡aquí va un reto! Formemos equipos y simulemos una pequeña red de conexiones casera. ¿Quién acierta más permutaciones al azar?
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