JlA 7×82 La Transformación de las Utopías: De EPCOT a la Filosofía Moderna

Walt Disney tenía una visión increíblemente ambiciosa para EPCOT, una ciudad utópica donde, atención, no habría coches que pitaran a las cinco de la mañana ni desempleo acechando a la vuelta de la esquina. Todo esto bajo un domo climático, porque soñaba en grande. Sin embargo, con su fallecimiento, la idea se esfumó más rápido de lo que uno puede decir “mundo feliz” y acabó convertida en lo que hoy conocemos como un parque temático. La utopía, este concepto tan manoseado, viene haciéndose un hueco en la historia desde mucho antes que Disney se pusiera a imaginar ciudades. Ya Platón nos había presentado su Comunidad de filósofos gobernantes. Imagínense a un Sócrates organizando el tráfico o decidiendo las tasas de impuestos. ¿Qué podría salir mal? Bueno, parece que nunca pasó de ser un bonito discurso porque implicaba prácticamente darle la vuelta al planeta como si fuera un calcetín.
Thomas More, en “Utopía”, nos mostró su visión ideal con sociedades donde todo parecía marchar tan bien que daba hasta un poco de mal rollo, salvo, claro, por algunos detalles como la esclavitud. El término “utopía” es en sí una especie de broma terminológica: lo que debería ser un buen lugar resulta que no existe en ningún lugar. El marxismo también nos regaló su propia crítica a estos sueños perfectos, señalando que sin un mapa detallado para el paraíso todo se puede quedar en humo. Aunque no todo es crítica, hay quienes, como Ernst Bloch, abogan por seguir soñando con futuros distintos para comprender mejor nuestro presente.
Este eterno debate sobre las utopías es casi como el monólogo de Hamlet de nuestros tiempos, reflejando esas ansias humanas de lo que podría ser. ¿Acaso no serían más amenas nuestras sobremesas si nos dedicáramos a plantear estados minimalistas como el de Robert Nozick o a romper moldes con propuestas progresistas como las de bell hooks o José Esteban Muñoz? Lucy Sargeson lo tiene claro: soñar está bien, pero la utopía debería ser más un proceso, como un viaje a Mordor; no se trata de llegar, sino de disfrutar el camino y los debates en las tabernas.
Ahora os proponemos un juego: ¿qué tal si hacemos nuestra propia utopía en el aula o en casa? Cada uno puede crear su sociedad perfecta en un papel, elegir una característica que no puede faltar y luego llevarla a la práctica en el día a día. Puede ser desde la honestidad radical hasta la abolición de los deberes tradicionales a favor de proyectos creativos. La clave es que todos discutamos y aprendamos del proceso.
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