En el año dos mil veintitrés, la Corte Suprema de los Estados Unidos provocó un fuerte debate al eliminar la acción afirmativa en las admisiones universitarias. Esta decisión se basó en la idea de que las políticas enfocadas en la raza contradicen la visión de una constitución “ciega al color”. Sin embargo, antes de que esta controversia llegara a los tribunales, la acción afirmativa había surgido como una respuesta histórica para enfrentar la discriminación racial en la educación y otros ámbitos, con el objetivo de reparar daños profundos y estructurales.
La raíz de esta discusión conecta con los principios del liberalismo clásico, que defiende los derechos individuales sin considerar características como la raza o el género. Sin embargo, este enfoque ha sido cuestionado por teóricos como Carol Pateman y Charles Mills. Ellos argumentan que ignorar estas realidades perpetúa las desigualdades, ya que se asume que todas las personas parten de las mismas condiciones, cuando la realidad demuestra lo contrario.
A pesar de los esfuerzos por igualar las oportunidades a través de leyes contra la discriminación, aún es evidente que muchas barreras persisten, especialmente en espacios como la educación superior. Para mitigar estas desigualdades, algunas universidades habían adoptado enfoques holísticos en sus procesos de admisión. En estos, la raza se consideraba como un elemento adicional entre muchos otros, lo que ayudaba a crear comunidades estudiantiles más diversas y representativas. Pero este tipo de prácticas ahora enfrenta restricciones importantes tras el fallo.
Por supuesto, no todos están de acuerdo con la política de identidad que pone énfasis en características sociales como la raza o el género. Las críticas señalan riesgos como el esencialismo, que reduce a las personas a una sola identidad, o la fragmentación social que podría surgir de estas iniciativas. Iris Marion Young, theorética clave en este campo, sugiere una alternativa conocida como “política de diferencia”. Este enfoque aboga por reconocer la diversidad de las realidades sociales sin caer en etiquetas rígidas, buscando formas de abordar las desigualdades de manera más inclusiva y justa.
En última instancia, el debate no se trata solo de la acción afirmativa, sino de enfrentarnos a una cuestión más profunda sobre cómo entendemos y gestionamos la igualdad de oportunidades. Ignorar la complejidad de las identidades humanas no elimina las desigualdades; al contrario, puede reforzarlas. Aquí es donde necesitamos un análisis más matizado y dinámico para encontrar soluciones que vayan más allá de los enfoques tradicionales.
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