La técnica de la silla vacía es un ejercicio fascinante en el ámbito de la psicoterapia. Nos permite expresar esos sentimientos hacia personas que alguna vez nos causaron dificultades emocionales, sin tener que enfrentarlas directamente. En lugar de dirigirse a un terapeuta en tercera persona sobre nuestros dramas con esa figura problemática, nos enfrentamos a una silla vacía e imaginamos una conversación cara a cara. Podría ser un padre con el que no teníamos conexión, una madre cuyos cuidados nunca sentimos o incluso un amigo que traicionó nuestra confianza.

Lo poderoso de este método es que nos ayuda a destapar emociones reprimidas, esas que hemos estado guardando como si fueran yerba mate rancia. Muchas veces, cargamos con problemas que revolotean en nuestra cabeza como un enjambre de abejas, pero nos da miedo expresarlos porque tememos la retribución o simplemente no queremos que nos tomen por incomprendidos. La silla vacía actúa como nuestro confidente silencioso, permitiéndonos articular pensamientos y emociones con más claridad y sin tapujos. Hacer esto puede aliviar esa mochila emocional y transformar la rabia en energía más constructiva.

Para aquellos de nosotros que crecimos en entornos donde se nos animaba a ser más complacientes que un sobre amable y a reprimir nuestras quejas antes de que fueran semillas de conflicto, este ejercicio es un regalo del cielo. Ofrece un entorno seguro donde exponer lo que nos roía por dentro, sin miedo a que arda Troya. Nos da la oportunidad de sanar emocionalmente al darnos permiso para ser honestos con nosotros mismos. Y lo mejor de todo es que no requiere cita previa. Podemos practicarlo en cualquier momento y en cualquier lugar, lo cual nos permite trabajar en nuestros sentimientos sin más dilación.

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