El mercado del arte no es lo que solía ser, y eso no siempre es malo. Desde aquellos años dorados donde los nobles encargaban cada pincelada, hemos visto un cambio monumental hacia una industria más consumista. Imaginad un siglo XVII donde los artistas, como si fueran los influencers de la época, empezaron a vender obras no comisionadas con un toque de libertad creativa. «La creatividad a la carta», diríamos. Este cambalache de talento dio lugar a gremios artísticos y a la aparición de los primeros marchantes de arte, esos visionarios que conectaban artistas con coleccionistas mucho antes de que existieran las redes sociales.
Con el siglo XVIII poniendo una bota firme en la evolución, entraron en escena las casas de subastas. Sotheby’s y Christie’s no son simplemente nombres, se han convertido en las ligas mayores del arte, donde una pintura puede pasar de valer setenta y dos dólares a cuatrocientos cincuenta millones en solo algunas décadas. El caso del «Salvator Mundi» es un ejemplo épico de cómo el arte se ha transformado en un bien de inversión, cualidades que, junto al origen y la historia de una obra, pueden convertirla en una verdadera mina de oro.
No todo es color de rosa en el mundo artístico. El crecimiento del mercado ha levantado unas cuantas cejas en términos éticos, sobre todo alrededor de las obras robadas en épocas de colonización. Las revalorizaciones de estas obras plantean serios dilemas sobre la devolución a sus legítimos dueños, y es que, como dicen, lo robado nunca llena.
La estructura actual también tiene sus enredos. Un pequeño grupo se lleva el pastel, mientras que la mayoría de los artistas solo ven algo de migajas de la primera vez que venden su obra. Aquí entran en escena héroes contemporáneos como C.B. Oyo y Banksy, quienes, con un toque maestro, critican estos sistemas disfuncionales que agrandan la brecha entre los que tienen mucho y los que tienen poco, utilizando su arte como una lupa que magnifica las injusticias del mercado.
Este vaivén artístico sugiere que mientras el mercado siga creciendo en riqueza, la desigualdad no se quedará atrás. Sin embargo, lo bonito de todo esto es que siempre habrá obras accesibles para quienes buscan sumergirse en un mundo de creatividad sin vaciar su cartera. Si queréis sumaros a una experiencia de aprendizaje divertida y fuera de lo común, echad un vistazo a JeiJoLand. Aquí la diversión y el conocimiento son un arte.