El desarrollo humano es como una montaña rusa de emociones, desafíos y aprendizajes, pero no deberíamos adelantarnos y tratar de subirnos sin antes alcanzar la altura necesaria. Cada etapa de la infancia y la adolescencia, desde ser el centro de un universo hasta enfrentar compromisos emocionales, no solo es necesaria sino también fascinante para el desarrollo maduro. ¿Por qué? Porque si nos saltamos alguna, corremos el riesgo de dejar un vacío que podría manifestarse en la adultez como disfunciones emocionales o conductas inesperadas.
¿Recuerdas cuando éramos adorados sin ninguna condición? Ese es nuestro primer paso, donde la aceptación incondicional era tan segura como estar envuelto en una manta cálida. Sin embargo, la vida continúa y pronto entramos en la fase de irresponsabilidad, un paraíso para explorar sin que las consecuencias tengan demasiada importancia. Y cómo olvidar la etapa traviesa, una oportunidad de experimentar con las normas, empujando límites para descubrir dónde encajamos.
Pero la travesura también nos enseña: ¡cuidado, porque ahora toca aprender los modales! Aquí es donde asimilamos el arte de comportarse en sociedad. En la adolescencia, todo se vuelve más intenso. La rebeldía brota como un géiser y nos lleva de la mano de la exploración sexual, mientras que al fondo se asoma la bandera de la responsabilidad y el compromiso emocional.
Es crucial que durante estas etapas contemos con un entorno de apoyo, porque nadie quiere atajos que lo obliguen a asumir roles adultos antes de tiempo. Esto podría resultar en un conflicto interno digno de una telenovela de martes por la tarde, y aunque las telenovelas emocionan, ¿quién quiere vivir una en su propia vida?
Si sentimos que algo quedó pendiente en nuestro camino al desarrollo, no es el fin del mundo. Reconocer estas etapas perdidas es el primer paso y buscar maneras de experimentarlas en un entorno seguro nos ayudará a integrar esas experiencias sin afectar negativamente al progreso ya realizado.
Así que, ánimo a la sociedad: no nos apresuremos a hacer de los jóvenes adultos, permitamos que vivan, rían, lloren y, sí, también experimenten. Al final, completar cada etapa en su debido momento nos proporcionará un bienestar emocional que es tan auténtico como el helado en un día caluroso.
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