¿Sabías que en el siglo dieciséis Inglaterra estaba un poco rezagada con las matemáticas? Todo cambió gracias a nuestro amigo Robert Record, quien en mil quinientos cuarenta y dos escribió el Ground of Arts. Fue el primero en tener la genial idea de explicar la aritmética en inglés, para que cualquiera fuera un pro de los números. En tiempos donde estábamos un poco desconectados del Renacimiento gracias a la separación de la Iglesia Católica, Record nos trajo el sistema de numeración indo-arábigo a nuestras vidas. Y sí, el cero llegó con él, aunque por aquel entonces lo llamaban cipher, que viene a ser como nada. Aunque, cómo no, ese nada era el héroe que expandía la magia de los números.
¿Y cómo pensaba enseñarnos a multiplicar el buen Record? Pues ni más ni menos que con un método visual usando líneas diagonales. Una táctica tan genial que ayudaba a cualquiera a salir airoso de multiplicaciones, incluso las más complicadas. El libro incluso se enfrentaba a problemas del día a día, como calcular las ovejas que había entre unos cuantos hombres. ¡Ni un pastor se quedaría con la incógnita! Pero ojo, que por aquella época aún no existían los bonitos símbolos matemáticos que usamos hoy. El símbolo de la multiplicación, esa equis famosa, apareció más tarde.
Ahora, si mencionamos a William Outread, tenemos a la mente creadora de nuestro querido signo de la multiplicación. Y quién sabe, quizá las ingeniosas ideas de Record pudieron haber influido en la convención de usar la × como multiplicador oficial. Hasta Shakespeare, en su esfera de creatividad, podía haber tenido su cerebro un poco influido por conceptos numéricos. No es de extrañar si tenemos en cuenta cómo los números empiezan a tener un papel protagonista en la educación y la cultura de la época. Ya veis, los números no solo representan la nada; son capaces de poner el mundo de patas arriba.
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