JlA 5×39 El arte como vínculo comunitario más allá del mito del artista solitario

El arte siempre ha sido mucho más que meros cuadros y esculturas colgados en las paredes de los museos. Desde los comienzos de la humanidad, ha servido como un poderoso vínculo entre las personas, reforzando el sentido de pertenencia a una comunidad. Y es que, mucho antes de que existiera el hashtag de moda, las manos pintadas en las cuevas prehistóricas ya estaban escribiendo la historia de nuestras conexiones humanas.

Un buen ejemplo de esto es la Gran Mezquita de Djenné en Mali. Échale un vistazo, porque su importancia va más allá de sus majestuosas torres de barro. Cada año, los vecinos se ponen manos a la obra en una actividad comunitaria para repavimentar su exterior. No es un simple retoque, sino una oportunidad para que la comunidad se una, se ría juntas y comparta, manteniendo viva una tradición arquitectónica que respira al ritmo del tiempo.

Pero no hace falta viajar tan lejos para verlo. Los festivales y ceremonias cumplen una función similar. El festival gelede de los yoruba en África Occidental, por ejemplo, rinde homenaje a las mujeres de la comunidad a través de máscaras y danzas únicas. Por otra parte, los tótems de los pueblos nativos del Pacífico Noroeste, como el emblemático poste del Jefe Johnson en Alaska, integran escultura y tradición oral, transmitiendo valiosas historias y afirmando la identidad de sus culturas.

Y por si todavía queda alguna duda de que el arte puede ser una herramienta para el cambio social, ahí está la icónica bandera del Orgullo LGBTQ+. De su versión original de mil novecientos setenta y ocho a sus variaciones actuales, refleja la evolución de la identidad colectiva y la lucha por la inclusión de todos los grupos.

Para más inri, el arte puede unirnos también en torno a causas sociales. Pongamos como ejemplo el «arte paraguas» utilizado durante las protestas de Hong Kong en dos mil catorce. En este caso, el arte se transformó en un símbolo de unidad, oposición y esperanza colectiva.

En definitiva, el arte tiene el poder de hacer reír, llorar, bailar y protestar juntos. Puede preservar nuestras tradiciones, impulsar el cambio social e incluso atenazar la temida soledad. En última instancia, demuestra que la creación artística va mucho más allá del mito romántico del artista solitario. Lo que surge de nuestras manos, pinceles y mentes, es una celebración de nuestra humanidad compartida.

Si tú también quieres explorar la magia del aprendizaje a través de la diversión, no dudes en visitar JeiJoLand. Porque la educación no tiene por qué ser aburrida, sino una aventura comunitaria tan llena de color como un mural de arte callejero.