En las relaciones de pareja, es fácil caer en la trampa de pensar que uno mismo es una máquina perfecta de emociones, dispuesta a compartir, mientras que la otra persona parece estar construida con ladrillos y cemento emocional. Sin embargo, ¿y si te dijera que ambos sois un par de almas un poco asustadizas ante el monstruo de la intimidad?

Sí, lo habéis adivinado: el miedo a la intimidad puede ser un deporte de equipo, aunque a veces no lo notemos. A menudo, elegimos a nuestras parejas, no porque sean lo opuesto a lo que somos ni porque deseemos una vida de telenovelas trágicas, sino porque, sorpresa, puede que ambos tengamos nuestras reservas cuando se trata de abrirnos como sardinas en lata.

En nuestro día a día, podemos sabotearnos de maneras sutiles, como dar una respuesta parecida a un gruñido en vez de un cumplido o usar indirectas que lanzamos como si fueran dardos envenenados rumbo al corazoncito del otro. Aunque quisiéramos dejar todo esto detrás, es un poco como jugar al escondite emocional.

Reconocer que ambos pueden compartir este miedo no es una tarea fácil. Sin embargo, es un paso crucial hacia una relación más saludable. No es que el uno esté dedicado a frustrar al otro por pura diversión, sino que las experiencias pasadas pueden haber dejado su marca y hacer que ambos estéis un poco más a la defensiva de lo que os gustaría.

Así que, en lugar de ver esto como una batalla épica de culpabilidad, podríamos alegrarnos de que estamos en el mismo barco titubeante. Aceptar que tenéis más en común del miedo que creíais puede abrir las puertas a la compasión y delicadeza hacia vosotros mismos y hacia vuestra pareja.

¿Y ahora qué? Pues bien, podéis comenzar por dejar de jugar al juego de el que lo huele, debajo lo tiene. En vez de eso, dar el primer pequeño paso hacia la aceptación del otro, y ver cómo florece la ternura de las que ambos habéis estado huyendo.

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