En la era de las redes sociales y la comunicación constante, puede ser bastante común caer en la trampa de compartir demasiado y demasiado rápido. Y es que todos conocemos a alguien que revela sus secretos más profundos al poco tiempo de conocer a otra persona. Podríamos llamarlos los confesores express o los del oversharing. Pero ¿sabéis? Aunque estos amigos son a veces el alma de la fiesta, su tendencia a soltarse más de la cuenta podría traerles más problemas de los que contemplan al principio.
Para empezar, vamos a contraponerlos con el otro extremo: aquellos que encuentran difícil abrirse en lo más mínimo. Mientras unos saltan al vacío de la conversación íntima sin paracaídas, otros están firmemente sujetos a la tierra, atados con triple nudo de seguridad emocional. Cada uno tiene su lucha particular, pero centrémonos en los que revelan su vida cual novela abierta.
Y es que con ellos siempre hay una chispa de aventura social, ¿verdad? Pero el precio a pagar puede ser la vergüenza y el arrepentimiento al día siguiente. Ah, la clásica resaca emocional. Una vez el hechizo de la noche se desvanece, la exposición pública de sentimientos y secretos personales puede convertirse en una carga incómoda. Y pensad en el despertar… ¡Ay, madre!
Este comportamiento, a menudo interpretado como una versión del aquí todo el mundo pone las cartas sobre la mesa, no surge de la nada. Las experiencias previas de soledad o la crianza en entornos carentes de autenticidad pueden llevar a ciertas personas a abrir su libro de la vida de par en par en busca de conexiones significativas. Es como si no conocieran el término medio. ¡Chicos, existen más niveles de apertura entre hermético y puerta del castillo abierta de par en par!
Lo bueno de todo esto es que con el tiempo y un poco de autodescubrimiento, estos individuos suelen aprender a ser más prudentes con lo que comparten. El arte de no sobrecompartir es precisamente eso: un arte que cualquiera puede aprender con un poquito de práctica y mucho discernimiento. Tenemos que recordar que para tener una buena conversación no necesitamos revelar todo nuestro repertorio de secretos ni indagar hasta el fondo del alma de las otras personas.
La verdadera intimidad, esa a la que todos aspiramos en alguna medida, no se trata de revelar cada pieza de nuestro puzle personal a toda prisa. Se trata de mirarnos a los ojos, de pasar tiempo juntos y, poco a poco, dejar que algunos de esos pequeños secretos afloren cuando llega el momento adecuado. Y funciona en ambas direcciones; también implica no presionar a los demás para que desnuden su alma en cuestión de minutos.
Así que, la próxima vez que estéis tentados de dejar salir vuestra biografía completa en una primera cita o una conversación casual, recordad esto: no hace falta ninguna emergencia para ser prudentes con ese maravilloso libro llamado vida. Tomaros el tiempo necesario para saber quién merece conocer esas páginas más profundas de vuestra historia.
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