La figura del artista ha experimentado una transformación significativa desde la Edad Media hasta nuestros días. Durante la Edad Media, el arte era predominantemente producido por gremios, destacando la importancia de la colectividad sobre la individualidad. Este enfoque colectivo prevaleció hasta el Renacimiento, cuando comenzaron a surgir nuevas ideas que transformaron la percepción del arte y del artista.
En Europa del Renacimiento surgió la idea del Gran Artista. A diferencia del enfoque medieval, esta idea estaba centrada en las biografías de las celebridades del arte, dando un valor sin precedentes a la individualidad y al talento personal. Este cambio fue promovido en gran medida por familias adineradas como los Medici en Florencia, quienes pagaban a artistas para que trabajaran de manera independiente a los gremios. La familia Medici valoraba la expresión de ideas y emociones por encima de la mera destreza técnica, fomentando así un ambiente en el que los artistas podían desarrollar sus propias visiones y estilos únicos.
Un paso crucial en la historia del arte fue dado por Giorgio Vasari con su obra Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos. En este libro, Vasari describió a los grandes artistas como poseedores de un núcleo de genio que los distinguía del resto. Esta obra no solo elevó a los artistas renacentistas a un estatus casi mítico, sino que también ayudó a consolidar la idea del genio artístico como un don natural e innato.
A partir del siglo dieciséis, surgieron academias de arte que, aunque mantenían algunos aspectos en común con los gremios, enfatizaban mucho más la importancia del arte sobre la artesanía. Estas academias comenzaron a asociar la habilidad técnica con el genio artístico, reforzando la idea de que los artistas sobresalientes nacían con un talento especial que los distinguía de los artesanos.
Incluso en un mundo del arte dominado por hombres, hubo mujeres que lograron dejar su marca. Figuras como Artemisia Gentileschi y Elisabeth Vigée Le Brun demostraron a lo largo de sus carreras no solo su habilidad técnica, sino también su capacidad para crear arte profundamente intelectual y significativo. A pesar de los muchos obstáculos a los que se enfrentaron en una sociedad predominantemente patriarcal, estas mujeres artistas hicieron contribuciones significativas al canon artístico, desafiando así las normas establecidas.
Más recientemente, la obra de Kerry James Marshall ha cuestionado los criterios tradicionales de qué es lo que define la grandeza artística. Marshall sugiere que estos criterios pueden ser arbitrarios y excluyentes. A través de su trabajo, hace un llamado a reconsiderar las narrativas establecidas en la historia del arte y a adoptar una visión más inclusiva y diversa.
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