Vivimos en una cultura que mira el físico por encima y nos aleja de lo que sentimos. Con el yoga aprendemos a reconectar con el cuerpo con respeto y calma, escuchando sus señales.
La exigencia social y los estándares de belleza nos empujan a medirnos por la talla y no por el bienestar. Cuando seguimos ese guion, ignoramos dolores, hambre, cansancio o intuiciones. A veces acabamos enfadados con nuestro propio cuerpo, como si fuese un enemigo, y eso duele más que cualquier agujeta.
El yoga propone otra cosa. Nos invita a estar presentes, a respirar y a cuidar el cuerpo tal como es hoy. En cada asana practicamos la escucha: dónde hay tensión, qué emoción aparece, cuándo conviene aflojar. No buscamos una forma perfecta, sino una experiencia consciente. La autocompasión es nuestra profesora favorita, porque nos recuerda que el progreso real nace del cuidado y no del juicio.
Con práctica constante vamos soltando memorias que quedaron escondidas en músculos y respiración. Es un proceso gradual, sin prisas ni castigos. Observamos, regulamos la intensidad, descansamos cuando toca y celebramos cada pequeño hallazgo. Así la relación con el cuerpo pasa de ser una batalla a ser una alianza.
Si queremos profundizar, contamos con un curso de autoconocimiento que nos guía paso a paso para integrar consciencia corporal, gestión emocional y hábitos amables. Sumamos herramientas, ganamos estabilidad y nos damos permiso para vivir en el presente.
Propuesta de juego breve: crea tu bingo de sensaciones con nueve casillas y retos simples como respirar profundo dos minutos, notar el apoyo de los pies o relajar la mandíbula. Marca una casilla al día y regálate un minuto de estiramiento como premio.
Si nos apetece seguir explorando y aprender jugando, visitemos JeiJoLand.