Imagínate viajar por varios pueblos con tu familia y un burro. Lo lógico sería usar al burro para descansar durante el camino, ¿verdad? Pero cada decisión que toméis es criticada: si monta el niño, está malcriado; si sube el padre, es abusador; si se sube la madre, es mala madre; si nadie lo monta, sois ridículos; si se suben los tres, maltratáis al animal. Al final, hagáis lo que hagáis, siempre habrá alguien con algo que decir y un dedo listo para señalar.
El desenlace absurdo llega cuando, para evitar juicios, la familia decide cargar con el burro. Y aunque esto pueda parecer una broma, es una metáfora brutal de cómo, por querer complacer a «la gente», terminamos asumiendo cargas innecesarias que nos impiden avanzar realmente.
¿Cuántas decisiones tomamos condicionados por la opinión ajena? ¿Cuántas veces nos paraliza el miedo al qué dirán? Vivimos en un mundo donde «la gente» parece tener voz en lo que hacemos, aunque rara vez sepamos realmente quiénes son esas personas cuyas opiniones limitan nuestra libertad. Muchas veces, más que una realidad concreta, «la gente» es solo una proyección de nuestros propios miedos e inseguridades.
Merece la pena preguntarse si queremos vivir para los demás o para nosotros mismos. Se ha dicho que en el lecho de muerte hay dos tipos de personas: quienes se arrepienten de no haber sido fieles a sí mismos y quienes parten en paz, sabiendo que vivieron según sus propias reglas. La diferencia entre ambas experiencias no radica en la suerte, sino en las elecciones diarias.
Así que la próxima vez que sientas ese peso de la aprobación externa sobre tus hombros, recuerda a la familia que decidió cargar con el burro. Tal vez es momento de soltarlo y caminar a tu propio ritmo. Si te ha hecho reflexionar, en JeiJoLand te esperamos con más historias que despierten la mente y el sentido del humor.