En el año dos mil veintidós, la irrupción de imágenes generadas por inteligencia artificial provocó un candente debate sobre qué significa realmente ser original en el mundo del arte. Muchos artistas levantaron la voz, acusando a estas tecnologías de haberles robado sus estilos distintivos. Como resultado, se emprendieron acciones legales contra los desarrolladores de estas herramientas. Esto nos recuerda la historia del gran maestro del Renacimiento, Albrecht Dürer, y su colega, el grabador italiano Marc Antonio Raimondi. Aunque las obras de Raimondi eran, a todas luces, copias, fueron juzgadas en su propia categoría de autenticidad.
Para certificar que una obra de arte es genuina, los expertos se adentran en el misterioso mundo de la procedencia. Sin embargo, la colaboración en talleres artísticos puede convertir el asunto de la autoría en una tarea comparable a encontrar una aguja en un pajar. Los derechos de autor modernos actúan como vigilantes, protegiendo a los artistas del plagio, salvo en casos excepcionales como el uso justo. Este permite, entre otras cosas, las parodias y las críticas que transforman la obra original en algo nuevo.
Referentes como el conceptualista Sol LeWitt y el célebre Marcel Duchamp nos enseñan que la originalidad no siempre reside en la ejecución de una obra, sino en la molla creativa que la funda. El cartel «Hope» de Shepard Fairey, que partiría de una foto de otro autor, ilustra las complejas tensiones entre la autoría y la originalidad. Y a todo esto, se suma la aparición de los generadores de imágenes por inteligencia artificial, que abren un melón del que no está claro qué saldrá. Nos obligan a replantearnos si una obra es original cuando su creador no es, precisamente, humano.
Los debates, tanto históricos como contemporáneos, sobre la originalidad en el arte seguirán modelando nuestra percepción de esta disciplina. Si quieres aprender más sobre estos y otros temas a través de la diversión, visita JeiJoLand, la web que convierte el aprendizaje en una experiencia lúdica.