La discusión sobre la remoción de monumentos confederados en el sur de Estados Unidos es un claro reflejo de las tensiones sobre la memoria histórica y la identidad cultural. ¿Quién diría que una estatua inerte podría causar tanto alboroto? Pues sí, aquí estamos. Por un lado, tenemos a los defensores que ven estos monumentos como representaciones de la herencia sureña y la historia nacional. Pero por otro lado, los opositores insisten en que no son más que glorificaciones de la esclavitud y el racismo. Y cuando las protestas por la muerte de George Floyd se intensificaron en dos mil veinte, muchos de estos monumentos no duraron mucho antes de ser derribados. Qué año, ¿eh?
El arte público nunca ha sido fácil ni apático, eso es seguro. Esculturas, murales e incluso actuaciones en vivo siempre vienen con un matiz político pegado con pegamento fuerte. Un gran ejemplo de ello es el Monte Rushmore, que ignoró por completo la voz indígena al ser construido en tierras robadas a pueblos nativos. ¿Y a quién honra? A presidentes asociados con la esclavitud y la expansión territorial. Sí, no es precisamente una hoja de buenos servicios. Los líderes indígenas no han parado de protestar contra este monumento.
Y no podemos olvidar que la controversia del arte público no es un fenómeno exclusivo de América. En la India, la inauguración de la estatua más alta del mundo dedicada a Sardar Vallabhbhai Patel también ha agitado las aguas. Ahí mismo, la gente cuestiona si esta megaescultura tiene más que ver con motivaciones políticas que con cualquier otra cosa. Y su conexión con la economía local, según los críticos, no es lo que diríamos… alentadora.
¿Cuál es el futuro para estos monumentos? Quizá su traslado a museos donde puedan sentarse tranquilamente y ofrecer un contexto educativo sea una alternativa viable. También está la posibilidad de dar paso a nuevas obras que celebren a las comunidades históricamente marginadas. Proyectos como el National Memorial for Peace and Justice en Alabama muestran caminos reconciliadores. Sí, recordando no siempre es algo malo: se rinde homenaje a las víctimas de la violencia racial y se fomenta una interacción del público que invita a la reflexión.
El arte público es como un espejo para nuestras sociedades, reflejando no solo la historia, sino también la diversidad de la experiencia humana. ¿Y lo mejor? Es que su interpretación cambia conforme lo hacemos nosotros. Así que, tal vez sea hora de levantar la mano y cuestionar: ¿qué legado queremos dejar para el futuro?
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