Todos hemos tenido esos momentos en los que pensamos que el mundo está en nuestra contra. Pero si ese sentimiento se convierte en un inquilino permanente, tal vez debamos mirar hacia atrás en el tiempo.
Más específicamente, a esos años en los que apenas llegabas a la altura del pomo de la puerta. Muchos de estos pensamientos negativos provienen de experiencias traumáticas de la infancia, como el abandono o el maltrato. Imagina que eres un niño otra vez. Lo que quieres es jugar y recibir cariño. Sin embargo, lo que encuentras son situaciones dolorosas.
Como aún no tienes el cerebro de Einstein ni la experiencia de una madre sabia, ¿qué haces? Pues llegas a la brillante conclusión de que la culpa es tuya. Debo ser malo, piensas, por eso todo esto me pasa a mí. Es el equivalente psicológico a asumir que si llueve es porque olvidaste llevar el paraguas. Esta creencia, aunque totalmente incorrecta, te da cierto sentido en un mundo que a veces parece haberse levantado con el pie izquierdo.
Y ahí se queda, incluso cuando te conviertes en un adulto, como un crítico interno que, como si fuera un grillo parlante, te repite: No vales, fíjate en todo lo que has fallado. Para superar este sentimiento, necesitamos hacer las paces con ese crítico interno. Y no, no se trata de invitarle a un café o llevarle de vacaciones. Consiste en agradecérselo porque, al fin y al cabo, intentó mantenerte a salvo de niño. Pero también debemos reconocer que ahora, francamente, es tan útil como un montón de hielo en el Polo Norte. La realidad es que no somos malas personas, sino seres que intentamos darle sentido a experiencias que no entendíamos. Así que deja de buscar culpables donde no los hay.
En su lugar, adopta una perspectiva más equilibrada y justa sobre quién eres y lo que has vivido. Así que, la próxima vez que ese crítico intente ponerse en plan Sherlock Holmes, dile tú eres Watson, amigo, pero ahora quiero escribir mi propia historia.
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